Estamos en un mundo en que, gracias a las comunicaciones, estamos permanentemente conectados e informados de lo que ha pasado a muchos kilómetros de distancia. No es que eso sea malo de por sí, pero son tantos inputs que nos llegan y que, además lo hacen por tantos medios (radio, televisión, periódicos, email, whatsapp, Facebook, Twitter, Youtube, Internet en general….) que es como si el fluir de nuestra vida se fuera interrumpiendo con demasiada frecuencia y nos tensamos, nuestras emociones están a flor de piel.
Así pues, centrarnos, tomarnos tiempo para parar, accionar desde la presencia y observar las cosas en perspectiva, se convierten en herramientas esenciales para no sucumbir y desenergetizarnos por culpa del alud de reacciones que se producen en nuestro sistema emocional y en nuestro cerebro a cada información recibida.
Cuando practicamos Mindfulness en plenitud, obtenemos ciertos beneficios que nos ayudan a intimar con nuestra propia experiencia y, por tanto acercarnos a nuestra verdad, a lo que sentimos. Como por ejemplo, la mejora de la concentración, la resiliencia, la empatía y también, con mucha práctica, llegamos a la compasión, hacia nosotros y hacia los demás.
De todos modos, esos son algunos de los efectos de la práctica; digamos que son la consecuencia. Si nos vamos a la raíz, a la causa a través de la cual obtenemos esos beneficios, encontramos siete principios fundamentales del Mindfulness, que son los que subyacen en la práctica, sin que en realidad sean el objetivo de ella.
La ecuanimidad: Ser observadores imparciales de nuestra experiencia, sin prejuzgarla, intentando ver las situaciones desde distintos puntos de vista.
La paciencia: La sabiduría de saber parar, calmarnos y también de entender que las cosas suceden en su momento.
La mente de principiante: La receptividad para experimentar lo que nos sucede cada día como algo nuevo, distinto a lo vivido anteriormente.
La confianza: El hecho de ser nosotros mismos, ser honestos y tener una conducta apropiada con nosotros mismos y con los demás.
El fluir: Poner la energía en lo que hacemos, con determinación, pero sin esperar unos resultados concretos. El ir avanzando, evitando poner esfuerzos innecesarios en lo que hacemos.
La aceptación: Ver las cosas tal y como son, de forma sincera con nosotros y generosa con los demás.
El dejar ir: Evitar aferrarnos a lo vivido y permitir que nuevas cosas sucedan, siendo amable y bondadoso con lo que ya pasó.
Observemos cuán llenos estamos de estos fundamentos.
Òscar Carrera
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