mindfulness

Como ordenar y limpiar tu mente

Ordenar y limpiar la mente tiene que ver con tener una mente en calma que nos permita vivir más plenamente y la clave está en enseñar a nuestra mente a que también puede “no-hacer”. Para transitar hacia esa apertura de espacios de calma mental uno debe reaprender a contemplar, contemplando con intención de conectar con uno mismo de forma profunda y, para ello, es importante saber que no hace falta dejar atrás la mente que controla, que negocia, que planifica o que recuerda, solamente hay que tomar la decisión de ir observando los pensamientos que van apareciendo y poner la intención de ir dejando que se disuelvan.

Esta “receta” es como un proceso de desaprendizaje o de limpieza y, al principio, puede parecer bastante antinatural, dado que consiste en ir sacando unas capas que hemos acumulando con muchos años de duro trabajo constructivo. El proceso meditativo nos permite poder ir dándonos cuenta de lo que creemos que somos, de lo que pensamos que debemos hacer y, poco a poco, ir entregándonos de forma plena al descanso inmenso que nos brinda una mente más en calma sin el dominio del torrente continuo de pensamiento. Por ejemplo, cuando uno limpia el suelo su casa, va barriendo el polvo y fregando las baldosas pero no las destruye, limpia suavemente y con delicadeza y, al quitar capas de polvo, va emergiendo el brillo del suelo. Algo parecido ocurre con la mente, así que te puedes preguntar: ¿cuánto tiempo hace que no limpio mi mente a fondo de polvo para que aparezca con todo su brillo?.

Hay veces que el inicio del proceso empieza paradójicamente con mucho cansancio y, además, viene teñido de dolor, tensión o llanto y también puede que aparezca teñido de placer, sosiego y sonrisas. Sea como sea, la intención es la de ir atravesando capa tras capa, disolviendo y diseccionando los condicionamientos mentales gracias al simple, o no tan simple, hecho de contemplar y no hacer.

Entonces van apareciendo algunas burbujas que provienen del subconsciente y empieza un proceso en el que va emergiendo todo aquello que ya no nos sirve, que debe ser rescrito  o reevaluado. Lo más importante es comprender que ese proceso es natural y uno no tiene que hacer absolutamente nada para que ocurra. Es como el proceso de cultivar una planta en el que uno es responsable de sembrar la semilla e ir regando la planta de vez en cuando, pero es la planta en sí la que se encarga de crecer y, en ese proceso, uno debe darse cuenta que es mejor no hacer nada porque no hay nada que hacer cuando de ello se encarga la propia naturaleza.

En cuanto al tiempo, se suele sentir lento o demasiado lento y, a la vez, todo es inesperado y fugaz por qué el proceso de redescubrimiento no es lineal, no se pueden prever los momentos de eureka y, por eso, hay que estar atento todo el tiempo con atención constante al momento presente. El presente es el catalizador del proceso y, con paciencia, ese proceso de deconstrucción al que te invita la contemplación, te va llevando a un lugar en el que mágicamente aparece la conexión con la vida, con las cosas y los seres de esta vida y resulta muy curioso darse cuenta que ese lugar de descanso profundo en el que uno cree que no hay nada, o que sólo hay simple aburrimiento, aparece una vitalidad increíble en la que el conocimiento da paso a la sabiduría.

Es entonces cuando este planeta empieza a convertirse en el lugar al que verdaderamente pertenecemos, un lugar al que no le falta de nada, al que no le pido nada y en el que se diluyen los límites entre el bien y el mal. Y… “mmmm”, abriendo esos espacios de sosiego nos reconocemos simplemente como “seres humanos” o solamente como “seres”. En ese descanso profundo de la mente aparece el “modo ser”, en el que uno “hace” conectado con su esencia y con su “ser”. Con esa mente fluyendo en el momento presente, conectada hacia fuera sin un yo que lo enjuicia todo y hacia adentro con una observación ecuánime del espacio del pensamiento todo es posible; hasta es posible que uno sienta que no le hace falta, que el hecho de untar un trozo de pan con tomate y añadir un poco aceite, escuchar el canto de un pájaro u  observar la gentil sonrisa de una niña puede ser lo más maravilloso del mundo y, entonces, aparece la pureza de la mente, la pureza de la vida y no hace falta nada más.

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